Dos tambores en Río Grande

MARTES

Cantar de espejos

Si un escritor chicano que usa el spanglish quisiera describir a un sujeto sediento y nervioso porque tiene una cita importante, escribiría que el hombre necesita un glasso de agua para calmarse antes de la appointment. El caso es que los verdaderos conflictos de los autores de esa literatura no radican en los cruces de dos idiomas; están en las imprecisiones de los cruces de las fronteras geográficas, históricas y espirituales de México y Estados Unidos.

La mayoría de los autores chicanos escriben directamente en español o en inglés. Algunos utilizan ese concubinato lingüístico que se hace incompresible para la gran mayoría de lectores tanto de un idioma como del otro, pero lo importante de esa corriente literaria es que habla de la vida, las frustraciones, los amores, la ira y los sueños de un país que tiene un mapa diferente en la cabeza de cada persona que lo habita.

La literatura chicana comenzó a surgir con fuerza a principios de los años 60. Ahora tiene fuerza real, nombres influyentes y una buena comunidad de lectores en esa misma nación dispersa que cantan y reclaman. Se ha dicho siempre que los chicanos dejaron de ser de México y no serán nunca norteamericanos. La frase hecha es dura: no son de allá ni de aquí.

Elena Poniatoewska (París, 1932), la gran escritora mexicana, presentó esta semana, en Ciudad de México, una antología de 23 poetisas chicanas y con una frase rotunda decretó la abolición de ese limbo. Dijo que las escritoras que aparecen en el libro pertenecen a los dos países porque escriben desde el tambor interno de ambas tierras y desde un corazón que late en los dos lados del río.

La colección se titula Cantar de espejos y reúne piezas de autoras que han trascendido el dibujo de las fronteras de la cultura chicana y su obra se difunde y reconoce en otros países.

Ese es el caso de la poeta y narradora Sandra Cisneros (Chicago, 1954), autora de las novelas La casa de Mango Street y Caramelo y de la colección de cuentos El arroyo de la Llorona.

De la señora Cisneros son estos versos: Dice que le gusta México./ Sobre todo la historia.../ ¿Es verdad/ que todos los mexicanos/ llevan navajas./ Me río/ tiene suerte/ hoy no llevo/ mi navaja.

VIERNES

Mientras Dios duerme

En la playa de Jaimanitas, al este de La Habana, donde los pescadores le hicieron con sus potalas de bronce la primera estatua a Ernest Heminway, vive y sueña Antonio Medina, el hombre que ha fracasado en 20 intentos de irse por mar de Cuba, el constructor de un submarino con tanques de aluminio y un motor de lavadora, que tampoco lo pudo llevar a la libertad porque no tenía espacio para un deposito de oxígeno.

El empecinado caribeño, conocido en la zona como Antonio el nadador, insiste y asegura que lo volverá a intentar porque no quiere vivir «en una jaula de castigo en forma de isla».

Esa es una visión curiosa de lo que es, en realidad, el drama de los balseros cubanos. Los miles de hombres y mujeres que se han ido, sueñan con irse y se irán todavía para Estados Unidos por la vía siempre peligrosa del Estrecho de la Florida.

Ahí están las historias de los camiones convertidos en barcos, el llamado Maleconazo de agosto de 1994, una protesta masiva contra el régimen que terminó con centenares de presos y 30.000 balseros en alta mar. Las cifras desconocidas de los desaparecidos en las travesías. El deseo de salir a encontrar libertad y el progreso en otros sitios. Ese es el tema central de la novela El verano en que Dios dormía, del escritor Ángel Santiesteban Prats (La Habana, 1966) preso en una cárcel de Cuba.

El libro ganó ahora el Premio Internacional Franz Kafka de Novelas de Gaveta, convocado en la República Checa para escritores censurados.

Santisteban es uno de los narradores más destacados de los últimos tiempos en su país y en otras zonas de América Latina y Europa. En 2006 obtuvo el Premio Casa de las Américas con su colección de cuentos Dichosos los que lloran.

El narrador fue condenado a cinco años de prisión en diciembre de 2012 por un supuesto delito de violación de domicilio y lesiones. Santiesteban declaró enseguida desde La Habana: «No me sancionó el tribunal, me condenó la Seguridad del Estado por abrir un blog y ser opositor al Gobierno».

Tanto dentro como fuera de su país hay una corriente de solidaridad con el escritor que incluye personalidades de la cultura, instituciones de derechos humanos y defensores de la libertad de prensa y de expresión.

Poco antes de ingresar en prisión, Santisteban le dijo al periodista Wilfredo Cancio que, como vivía en un Estado sin derecho, sabía que las arbitrariedades le podían afectar en cualquier momento. «Sólo resta la presión internacional», afirmó, «y que sepan [los gobernantes] que no pueden determinar a voluntad sobre la vida de un opositor porque piense diferente».

«Soy un intelectual cubano que piensa por sí mismo», añadió, y tiene la necesidad de expresar ese pensamiento. «No me callaré tampoco lo que pienso ahora... Desde el punto más oscuro donde puedan llevarme, voy a estar en rebeldía y defendiendo la libertad y la democracia en mi país».